27 de marzo
El
último día de la semana traía una mañana con aire sucio. Las bolsas de plástico
volaban al igual que mi chaqueta según iba caminando por la calle. Hoy era día
de oficina y al sentarme a mi mesa me di
cuenta de que nadie contestaba el teléfono que estaba en un rincón de la sala. Posiblemente
era alguna reclamación y nadie quería hacerse responsable de semejante llamada.
Últimamente la gente solo llamaba para quejarse.
―¿Qué
gano yo contestando el aparato? ―me pregunté poniendo en tela de juicio las ganas que tenía de
contestar―. Después de la charla del jefe eso sumaría puntos ―pensé. Me levanté
de la silla y caminé hasta el teléfono, lo miré con el ceño fruncido hasta que
dejó de sonar.
A
la hora de comer fui al bar de costumbre y pedí lo de siempre: un refresco y un
bocata de lomo con pimientos. Manolo al verme entrar me saludó con un gesto que
devolví con desgano. Como soy un cliente habitual, él ya tenía hecho y caliente
el bocata.
―Aquí
tienes Aníbal ―me dijo entregándome el bocata y luego lo apuntó en la libreta
de deudas. Ahí anotaba a todos los conocidos, como yo, que no le pagaban.
―Algún
día me pondré al día con los pagos ―le dije cogiendo el bocata con las manos, Manolo
no me hizo caso y siguió con sus quehaceres.
Unas
rameras muy jóvenes que estaban en la esquina de la barra, le daban vida al
local. No eran las mismas chicas con las que había engañado a María años atrás.
La de pelo oscuro sonrió cuando descubrí
su mirada atenta a mis movimientos y me entró náuseas al pensar que esa chica con
tan poca edad, podía haber estado con más tíos o en más camas que yo en toda mi
vida.
La
mirada de la chica me hizo pensar en las veces que engañé a María, nunca voy a
entender los motivos del por qué la engañaba. Yo solo quería estar con ella y me
comporté como un cabrón la tuve que dejar marchar. Supongo que ella me dejó de querer
o simplemente se cansó de tanto discutir conmigo y mis vicios que nos daban
tantos problemas económicos. No la iba a obligar a que se quede a mi lado. Con
fastidio y desviando la mirada de la morena que intentaba seducirme le di un
mordiscon al bocata.
―Ya
no vale la pena ni lamentarse ―se dijo dando por terminado el tema María. Dejé
escapar el aliento y le di otro mordisco al bocata y detrás un buen trago de
gaseosa. Al terminar de comer saludé a Manolo y me entregó el bocata de atún
para la cena y la lata de gaseosa. Antes de salir volví a mirar a la chica,
esta sonrió y yo negué con la cabeza y me fui del local.
El
día terminó siendo un coñazo en la oficina. De camino a casa y para acabar el
día, me encontré con el mendigo de la
esquina, que era el mismo que el de la iglesia y al verlo sonreír se me ocurrió
pensar que me perseguía, para que le diera algo. Compartí el bocata que había
comprado para cenar y le pregunté si me
perseguía o si solamente era coincidencia, este volvió a sonreír y me dio las
gracias por la comida.
Seguí
la calle que lleva a casa pensando que Dios me pone a este hombre en el camino
para probarme y cobrar mis pecados uno a uno y sin descanso. Al llegar a casa y
después de cenar, me metí en la cama bajo la fina manta. Me dormí pensando en las prostitutas del medio
día, en María y en Dios que es al único que le tengo miedo y que algún día, me
acogerá en su seno.
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