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Mostrando entradas de abril, 2012

LA MESITA Y SUS FOTOS

                Día tras día Daniel va a casa de Susana recorriendo esas calles de anchas aceras,  donde el sol no logra penetrar por los frondosos árboles que custodian el paisaje. “Es magnífico ver como en pleno verano y siendo las tres de la tarde por esta calle se respira frescura” pensaba Daniel mientras una pequeña brisa se escurría entre los árboles haciendo temblar sus hojas.                 Llegó a casa de Susana como el frescor del día, en su mano derecha un ramo de violetas hacia brillar los ojos azules de Susana. Daniel era su nieto pequeño, venía todas las tardes a compartir sus historias y una taza de té. Con él se sentía escuchada y reconfortada ante la mirada de asombro por sus narraciones. Hoy Daniel no se sentó como siempre, en el sillón de la derecha a esperar que su abuela viniera con el té. Fue directamente a una mesita llena de fotos que Susana tiene a un costado del salón, no escondida pero si alejada del resto de los muebles.  Tomó una que llamó su

POEMA RECITADO

 

DECADENCIA

A veces creo haber nacido mil veces y conocer la locura en todos sus tiempos. Haber pasado por ese anillo lumínico que envuelve la vida y deja paso a la muerte. A veces creo haber vivido mil años y que la historia, esa película que habla de mí y de mis antojos, naufraga como sabia heredera entre besos y sueños rotos. Graciela Giráldez Del poemario “Poesía a la frontera” - 2011

MIS OJOS Y LA NADA

En mi cuarto, donde los sueños dejan estela y la esperanza vuelve a nacer, me elevo. Floto en un aire que emana destellos de luz y refleja mi sombra encarcelándola en la pared. La luz guía mis pasos por los ladrillos roídos por el tiempo y en su ambigüedad, viajo hacia un horizonte y más allá… la nada. Voy hacia ella. La nada me recibe abriendo de par en par sus puertas, me da confianza ofreciéndome su mano, envolviéndome; atrayéndome me toma en sus brazos pero… me suelta, haciendo que sucumba a su vacio. Camino por un suelo de nada, atravesando un laberinto de quimeras. Un calor cautiva mi cuerpo; llevándome hasta una llama que se abre en abanico cercando las salidas y dejándome capturada en ella. Un eco retumba en las paredes del fuego que muestra mi crispada sombra encarcelada en la pared de mi cuarto. El pensamiento vuela, tratando de comprender por qué todo se pierde en la nada y por qué se disipa todo en temores.