23 de marzo
Me
sentía cansado e indignado y me comparaba con los perros de la película que
estaba viendo. Estos tiraban de un trineo repleto de cosas que gobernaba un
señor que no hacía más que silbar y dar
latigazos al aire maltratarlos. Al llegar al destino los perros se
tiraban en la nieve a esperar a que ese señor malhumorado y de cara poco
amable, se dignara a darles algo de comer. Comprendí la mirada canina, en
especial la del cansancio, la del hambre y resignación.
―En
casa no hay amo ni comida en exceso, solo un bocata de atún que le sobró del
medio día― reflexionaba mientras se cepillaba los dientes en ese cuarto de dos
por dos que albergaba una ducha, un retrete, un espejo y la pila; donde se
afeitaba y lavaba su cara cada mañana antes de ir a trabajar―. Me considero un
hombre paciente y puedo esperar días enteros.
―Tú
genio a veces no te acompaña Aníbal, tienes que dominarlo para llegar a ser
paciente del todo ―le dijo el espejo que siempre le mostraba su parte real.
―¿Pero,
quién eres tú?
―Tú
ego, cuando empieces a cambiar te lo diré.
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