25 de marzo
Salí
del trabajo y decidí caminar hasta casa. Hoy hace frío, no parece que fuera
primavera y al doblar la esquina me encontré con el mendigo del otro día, seguía
en el mismo lugar, al lado de las escaleras de la iglesia. Al verlo, comencé a
pensar en mí y en cómo hubiera terminado
yo si no me hubiera apartado del alcohol, las maquinetas y las mujeres
oportunistas del bar de Manolo. Le debo tanto al padre Darío y a sus charlas,
si no me hubiera acercado a él, estas adicciones, estos vicios que terminaron
con mi matrimonio también, hubieran acabado con mi vida.
Hay
mucha gente que duerme en la calle, la situación de pobreza es cada vez más
evidente en este país. Se tapan con cartones y están en los cajeros y esquina
de la cuidad. Cada vez que los encuentro les doy algo, aunque sea lo único que
llevo encima como comida, dinero, en fin aprendí a compartir lo poco que tengo,
hasta regalé la manta gruesa que me dio mi madre a una señora que estaba con su
pequeño en un cajero. Gracias al padre Darío empecé a practicar la generosidad
y la prudencia. Siempre andaba con lo justo para no tentarme. Rebusqué en los
bolsillos y le di al mendigo el poco dinero que me quedaba para el día de hoy. Qué
iba a hacer, siempre creí tener muchos
pecados y poca suerte, pero por lo menos yo, tenía un techo, un trabajo, algo
en la nevera y unas pocas mantas más que ese pobre hombre.
―No
necesito más.
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