Me
dominó la ira y estuve a punto de arrojar lo poco que tenía al cubo de la
basura. Su estallido no me dejaba pensar con claridad y todo se hizo cuesta
arriba, desde el papeleo de la oficina hasta las calles que me llevan a casa.
Me
frené en el último instante. No podía deshacerme de todo solo porque un señor
se había burlado de mis ropas o porque él día en la oficina había sido un
desastre o porque María me había dejado por otro. Volví a acomodar las cosas en
el armario y me acordaba de las cosas que realmente me hacían feliz, como dar
paseos y disfrutar de una tarde en el parque, hace mucho tiempo que eso no lo
hago y la verdad que no encuentro el momento ni la hora adecuada para salir.
―Tengo
que dominar mi carácter y dejar de compadecerme de mi mismo― me dije mirándome
en el espejo del baño. El tiempo y los años me daban un parecido a mi tío, el
hermano de mi madre y me di cuenta, que una parte de mí se parecía a él. Era
esa parte de mi carácter que admiro y respeto; y me propuse sin más ser como
él.
Me
fui a la cama temprano, casi sin cenar y con una taza de té y poco tardé en
darme cuenta que: la carrera que emprendía todos los días contra mi cólera, era
lo único que me diferenciaba de la absurda sociedad.
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