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Pequeños Textos - Resaca


30 de marzo 


La resaca no me dejó tregua y en la oficina el silencio daba cátedra de profesionalidad, cosa que a mí me faltaba. Ya sé que la bebida no es la solución para todos males. Eso me lo dijo el padre Darío y también mi amigo, que no hace más que mandar audios de apoyo emocional.

Tampoco había tanto para semejante resaca, me dolía todo el cuerpo y más que una resaca parecía una gripe lo que estaba pasando. Dejé el bolígrafo a un lado y con curiosidad comencé a observar cada rincón de ese cuarto que albergaba día a día a cinco empleados incluido yo. Parecían cuerpos llorosos donde los discursos se encerraban en sí mismos para luego marcharse con gestos dubitativos. Lo que no podía entender es que si yo estaba curado de espanto y ya ni siquiera gruñía, por qué me molestaba la presencia de ese silencio. Era como un mutismo sordo que me hacía doler la cabeza y cada vez el rencor de no saber por qué, crecía con más fuerza en mi interior.  

Con esa actitud de fastidio me marchó a casa, maldiciendo haber nacido y haber bebido, principalmente. Llegué a la puerta de la iglesia. El mendigo que solía estar en las escaleras, ese atardecer  no estaba, cosa que me sorprendió. Las subí lentamente pero con decisión. Tiré con el brazo derecho la puerta y entré al templo, estaba vacío. Me dirigí al confesionario. El padre Darío escuchó mis pecados, le dio su penitencia que cumplí como buen feligrés.  

 Al salir de la iglesia me encontraba mejor, los consejos del cura y las oraciones de después habían incrementado mi fe y ampliado mi expectativa de vida. Me acordé de mi amigo y las meditaciones que no habían servido mucho, pero he de reconocer que aquella noche, la voz serena lo distrajo de sus pensamientos logrando mitigar ese dolor que su imposible amor le provocaba. Saqué los cascos del bolsillo interno de la americana  gastada y los conecté al móvil.

―Esta noche no existe nadie más que la voz serena y yo ―me dije mientras me tumbaba en la cama. Cerré los ojos y la dejé entrar en mis sueños, deseos y alma.

Cuando desperté vi la vida de una manera que no supe comprender muy bien.




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