En la callada voz sangran las palabras,
se divide el silencio y con los rebajes del tiempo
fluye la mirada.
Todo vuelve,
llena el vacío y nada deja de estar
quieto,
ni el ambiguo movimiento que olvido mi
piel.
El viento derrumba la señal
de una sábana blanca,
mientras la carne vibra
al son de algún sentimiento
que recrea mi mente.
Tiritante humedad de labios
que no dejan de estar quietos,
ni ocultos
en el recodo de una línea
que divide la visión y deja de ser
parte de un todo.
Cicatrizan las palabras en la voz
aliviando el silencio, la ausencia.
Me borra del cuerpo y me deja enhebrar
antiguos sueños al mundo,
a la urgencia de la locura
y nada, nada deja de estar quieto;
mientras oigo el retumbar de mi demencia
en tus manos.
La ansiedad libera los años de los
versos
y por un instante
se me olvidan las agujas
de la oscuridad marcando el tiempo.
La garganta se adueña del grito
y sella la partición del alma
en ese asilo unificado
al límite de los cuerpos.
Mas nada,
nada deja de estar quieto,
ni la ilusión que vuelve
a abrigar mi pecho.
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