31 de marzo
Cuando
salí del trabajo ya me había olvidado de lo bien que había despertado esta
mañana y de la voz serena que me ayudo a dormir. Y no era para menos, la charla
que mantuve con mi compañero de trabajo hacía que mi cabeza no parara de pensar.
Me había dicho que tener un heredero era importantísimo y yo no tenía a nadie.
Comencé
a andar cada vez más rápido por las calles, trastabillaba queriendo huir de mi
mismo, de mis pensamientos, de las palabras de mi colega. Me daba temor saber
que andar por la vida solo era como si en un anochecer no hubiera sombras o
fuera perjudicial para mi salud. Llevaba meses que el quejido no se escapaba de
mis labios y me molestó que volviera de esa manera tan abrupta.
Me
senté en un banco del parque infantil que está cerca de casa y comencé a
divagar con los ojos clavados en la arboleda que circunda el parque. Mis
pensamientos flotaban por el aire y volvían a mí trastocando el saber de no
tener heredero.
―A
ver si voy a enfermar ― pensé.
Llame
a mi amigo, el que me pasó los audios de la voz serena, y tras una conversación
breve éste me aconsejó que adoptara un perro. Me quedé sentado en el parque un
rato más pensando en sus palabras.
―¿Qué
puede heredar un perro? Pero a lo mejor mi amigo tenga razón y solo necesite un
poco de compañía. Así que eso hice, adopté un perro, solo para dejarle mis
harapos a alguien y compartir mi maldito
mundo.
Comentarios
Publicar un comentario