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Retrato en el espejo





A mi madre

No sabía cómo peinarse. Tomaba el cepillo y con la mirada absorta custodiaba las flexibles puntas que emanaban de la carcasa. Lo pasaba por el cabello de arriba a bajo,  una y otra vez, hacia un moño,  se miraba por un perfil luego del otro, después de frente.
No sabía cómo… el azul de sus ojos navegaba en la esperanza de verse  en ese cristal,  que le devolvía un  rostro muy lejano a ella. Un espejo crítico le sugería  que se soltara el cabello y al momento, volvía a cepillarlo con rabia una y otra vez para dejarlo suelto, lacio. Giraba la cabeza sobre los hombros buscando el lado perfecto que no  hallaba y entonces, metía sus manos huesudas entre los cabellos, gritaba tomando un puñado de  pelo para arrancarlo de raíz. Yo, con la serenidad del tiempo le tomaba la mano para deshacer el enfado y buscar una sonrisa que brotara de algún lugar de su mente.
Ella no sabía…  y mientras la sal descuidada de la súplica escarbaba las mejillas haciendo temblar sus labios, yo  elegía una flor perdida que parpadeaba en un rincón del cajón de la mesita. Se la abroché del lado izquierdo, como a ella le gustaba y siempre repetía –¡pónmela del lado izquierdo!- Y fue sólo entonces cuando ese espejo, le  devolvió una imagen fresca. Un sol curioso entraba por la ventana y enrojecía el olvido de por qué… se peinaba esa mañana. Reía y temblaba, como una adolescente preparada para su primera cita.
A ella que nada se le escapaba, veía como el espejo huía  de su mirada, haciendo círculos en el horizonte y  la llevaba lejos. La llevaba a una velada y desde su sueño buscó un vestido para la ocasión. Se miró  en el espejo y éste gritó con desagrado a la imagen delgada que se reflejaba – dónde esta tu resplandor cuando más lo necesitas, quién te lo ha quitado-  Dudaba de esa figura que desconocía y entonces otra vez yo, la sacaba de delante del espejo.
El perfume  rodeaba la silla de ruedas,  era su último retoque (el perfume) y la acompañé hasta el coche para cruzar la ciudad del  brazo de la mañana. Al llegar al hospital el médico la esperaba, de blanco, como esa memoria que por momentos la abandonaba y la sumergía en algo… que era incapaz de controlar.

       Graciela Giráldez, del libro relatos y prosas año 2015


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