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LA GOTA ROJA Un amor entre el deber y el deseo




Muy buenas queridos amigos de las letras. Espero que este verano no sea solo de playa y/o montaña, sino que también haya lecturas y por supuesto escritura. Leer y escribir es la forma que tenemos de soñar despiertos, de crear ese espacio mágico donde nos vemos amantes, héroes y villanos.

En esta novela que publiqué hace muy poquito nos sentiremos así un poco amantes, héroes y villanos. Aquí te dejo los enlaces del libro a las plataformas donde lo puedes leer o comprar y para que vayas haciendo sabor de boca te comparto el capitulo uno de la primera parte. Deseo que te guste y que disfrutes de la lectura como yo disfruté escribiendo la vida de Sandra.

Los enlaces:

Goodreads
Amazon

Primera Parte
El engaño

1

La mano de Álvaro paseaba por la espalda de Sandra y ese calor, ese contacto, reavivaba las emociones dormidas y sepultadas bajo la piel durante años. El recuerdo de aquel primer encuentro volvió a su mente. No siempre cometía errores pero el sólo hecho de pensar en lo ocurrido días atrás, le provocaba un ardiente cosquilleo en su cuerpo. Sostenía el cigarrillo con la mano derecha y al volcar la ceniza observaba su brazo con el poco bello como escarpia. Desde el día que conoció a Álvaro en el cumpleaños de su amiga Verónica supo que necesitaría a ese hombre como necesitaba sentir que su sangre corría por sus venas. No le hacía gracia ni se sentía orgullosa haber engañado a su marido pero llegó a hacerlo sin ni siquiera darse cuenta. Apagó el cigarrillo con movimientos compulsivos y cuando fue a encender otro, miró la bolsa de la farmacia que contenía el test de embarazo que acababa de comprar.

―Cómo puedo volver a fumar si lo he dejado hace un año, ¿y si esto que me pasa es un embarazo? ―, reflexionó. Cogió la cajetilla y el mechero junto con el cenicero y lo llevó al mostrador. Le regaló sus cosas a Samanta, la chica que atendía el bar, prometiéndole que no fumaría más. Volvió a la mesa y cómo no sabía qué hacer con sus manos sacó un bolígrafo del bolso. Comenzó a dar golpecitos en la mesa. Un golpe tras otro enviaba esos encuentros con Álvaro a su cuerpo excitándolo. Pensar en la posibilidad de estar embarazada, la animaba, le daba fuerzas, la fortalecía, sin embargo no podía siquiera rozar la taza de ese café que se estaba quedando frío sobre la mesa a la espera del sorbo de sus labios. Cerró los ojos y apoyó el codo izquierdo sobre la mesa. En su mano dejó descansar la cabeza dolorida de tanto pensar y con los dedos pulgar y anular presionó sus sienes como para mitigar los latigazos que le enviaba su cerebro.

Todos los momentos de su vida volvían a su presente. Se descubrió en el mismo bar donde había conocido a Néstor años atrás, en la misma mesa en que se enamoraron. Este lugar, que ahora está reformado, se encuentra en la plaza mayor del pueblo. Los dueños habían cambiado y las caras que lo frecuentaban también pero Sandra tenía el detalle de aquel tiempo a su mente. La televisión encendida en el local, que hoy en día es tan normal ver en los bares casi sin volumen, interrumpía su visión y mezclaba ese murmullo actual con la música que ambientaba ese espacio en aquellos días. Se secaba las lágrimas que sin remedio caían desde lo más profundo de su alma.

―¿Si ya no amo a Néstor, por qué sigo a su lado? ―la ausencia de la respuesta hacía dolorosa su realidad―. Tal vez sea costumbre, o ese cariño que se toma a la gente después de convivir mucho tiempo o ese miedo a estar sola ―. Buscaba la manera de entender ese click que resonaba tan fuerte en su cabeza una y otra vez.

Se encontraba estancada y perseguida por la penosa tortura del olvido de Néstor. Su esposo no la trataba como antes y por más que fingieran ante los demás, la verdad se imponía como un manto cuando llegaban a casa. Se resignaba al recuerdo de esos días en los que fue feliz y en un esfuerzo cogió la taza para beber el café. Al sentir ese frío casi helador de la bebida las náuseas treparon por su garganta. Se tapó la boca para no vomitar con la mano que tenía libre y las convulsiones del llanto se apoderaron de ella.

―Debo de ser la comidilla del bar ―pensó, pero le daba igual. No podía más con esas imágenes que acosaban su presente y negaba con la cabeza lo cruel que puede llegar a ser la vida en los temas del amor.

Reanudó ese juicio de su conducta y Néstor se plantaba frente a ella, en un bar que dibujada más allá del vaivén de las puertas actuales. Bloqueaba su respiración y le hacía pensar en su engaño. ‹‹¿Tienes fuego? Su voz grave, profunda, tan viril. El pelo rubio de Néstor caía sobre la frente despeinando a un flequillo que le daba un toque interesante y enigmático. Los ojos celestes, cristalinos de Néstor dejaban reflejar el marrón intenso de la mirada de Sandra››. Comprendió que ese destello de ella en los ojos de Néstor siempre le producía miedo. Le pidió a Samanta que le calentara el café y un paracetamol o ibuprofeno para el dolor de cabeza. Luego al ver que una mesa en el fondo quedaba vacía se cambió de lugar sin pensarlo dos veces. Apoyó su espalda contra la pared y después de tomar el paracetamol con el vaso de agua que Samanta le ofreció, reposó su cabeza sobre ese muro frío que desplegó otra serie de recuerdos. ‹‹Mientras quería encender el cigarrillo de Néstor. Este la estudiaba con la mirada y la contemplaba con el mismo mimo que le dedicaba a su colección de piedras preciosas, que tenía desde pequeño. Siempre quería descubrir algo nuevo en ellas y las pupilas de Sandra eran un océano en donde sus pensamientos nadaban, para que Néstor los cazara. Él no paraba de jugar con ella preguntándole lo que estaba pensando a cada momento. Le sacaba la verdad con mentiras y ocurrencias que no dejaba de inventar. Sandra sonreía y Néstor no dudó en hacer suya esa sonrisa. Él seguía con su juego mientras Sandra sostenía el encendedor entre sus manos. Lo encendía y lo apagaba tantas veces como le era posible, le quemaba. Pero él no paraba de hablar, de sonreírle, de inclinar la cabeza, sacaba el cigarrillo de su boca y cuando Sandra bajaba las manos cansada de su ir y venir, él le tomaba las manos entre las suyas para colocarlas cerca del cigarrillo para poder encenderlo. Néstor sentía el contacto frío de las manos de Sandra que contrastaba con las suyas que parecían fuego.

―Están heladas tus manos ―dijo sorprendido.

―Siempre tengo frías las manos ―. Recalcó Sandra al ver que Néstor no le soltaba las manos y no podía desembarazarse de ellas. Él comenzó a restregar sus manos para darle un calor que Sandra juzgó innecesario. Néstor observó la delgadez de esas manos que ya se le antojaban por su cuerpo y sintió ganas de besarla. Fue obvio. Él encontró a la mujer perfecta para su vida, por lo menos eso creyó en ese momento. Néstor comenzó a avanzar por los brazos de Sandra para seguir con esa entrega de calor que ella supo detener cogiendo los brazos de Néstor. Al tiempo que escondió sus labios en el cuello cisne de su jersey y Sandra no sabía si temblaba de frío o porque en realidad ese calor le gustaba o porque se dio cuenta de las intenciones de Néstor. Que sin querer, coincidían con las de ella. Y aunque no quería aventurarse, comenzó a divagar en los ojos de Néstor y en ese reflejo que en un principio creyó que no era real. Pero también no podía creer que ese hombre la atrajera tanto y le provocara un gran deseo de saber cómo de tiernos eran sus labios››.

El ruido del bar la distrajo y al volver a la realidad vio como una chica mucho más joven que ella charlaba con un muchacho. No paraban de reír y en un momento de esa conversación que Sandra imaginaba palabra por palabra, porque no podía oír realmente lo que decían, él besó a la joven dejándola con un semblante serio. Sandra creyó que le iba a dar un guantazo pero no, ella lo abrazó y le devolvió el beso. Al ver ese beso Sandra se acordó de los hombres que habían pasado por su vida. No eran tantos pero no fueron los más indicados. También rememoró las promesas que nunca cumplían, las risas que suenan muy bien juntas y son muy idílicas pero luego te engañan. El amor que así como viene se va y te deja hundida por un tiempo. A lo mejor a esa chica no le pasaría lo mismo que le pasó a ella pero ¿y si ese chico era igual que Néstor? No sabía porque pensaba así de ese muchacho que ni siquiera conocía. No obstante se vio reflejada en ella y supuso que esa chica decidida a entregarle todo a ese hombre, con el tiempo también crearía un escudo para no ser dañada por la persona que se cree amar. En el caso de Sandra el supuesto Robín Hood fue Néstor que disparó mal la flecha hiriéndola de muerte. Se bebió de un trago el café y la acidez trepó nuevamente dentro de ella. Prefirió no moverse y controlar esa náusea con la respiración. Apoyó la cabeza contra la pared y cerró los ojos. Se estremeció al recordar la mirada de Álvaro y lo que nació entre ellos, cómo apareció en su vida de la nada poniendo todo patas arriba. Los comparaba sin querer. Odiaba ese tipo de comparaciones pero no las podía evitar. Medía las conversaciones, las caricias, los besos hasta la forma de hacer el amor y su respiración al hacerlo. Borró esos pensamientos y volvió a Néstor, y se preguntaba qué creencia o embrujo la llevó a pensar que él era el hombre de su vida. La gente que entraba y salía del bar renovaba el aire del ambiente y otro recuerdo la atacó:

‹‹―¿Salimos fuera, vamos a dar un paseo? ―le propuso Néstor cansado del bullicio de la gente. Sandra aceptó. Al salir del bar Las Bravas, así se llamaba ese establecimiento por aquel entonces, se encontraron con los coches que estaban aparcados delante de la puerta cubiertos por una buena capa de rocío. Llegaron a pensar que había llovido aunque en realidad era el invierno que castigaba con su dureza y hacía de Sandra un ovillo dentro de su abrigo. Levantó la cremallera de su cazadora cubriéndose hasta la nariz. Néstor comenzó a pensar que dar un paseo con una temperatura tan baja era una idea muy descabellada pero ya estaban fuera.

―¿Qué pasa, te asusta el frío? ya estoy lista para caminar un buen rato ―dijo ella al verlo parado en la puerta del bar.

―Vale, vamos ―. Néstor no era tan friolero y se lo demostraba a Sandra cada dos por tres. La tomaba de la mano y la ponía entre las suyas o las acercaba a su cara fría. Este reía porque contrastaba el calor de sus manos con el frío de ella y hasta bromeaba diciéndole que parecía un vampiro. Cosa que a Sandra no le hacía mucha gracia y se burlaba de su risa. Caminaron por la avenida central del pueblo. Esta avenida va a la capital de la provincia para el sur y para el norte a un pueblo un poco más grande. A medida que el paseo avanzaba nacía cierta complicidad, hablaban de los sueños, de dónde trabajaban, de sus signos zodiacales, de sus amigos y de aquellas cosas que esperaban de la vida. Las palabras subían de tono cuando sus miradas chocaban de soslayo y las sostenían por un segundo. Se gustaban y esa atracción sexual que empezaban a sentir el uno por el otro ya era imposible de contener. Sandra entre los nervios y el deseo encendió otro cigarrillo. Néstor recordó al verla aspirar el humo lo que decía su padre cuando él iba visitarlo al estanco: Es tan sensual ver a una mujer fumar hijo que a veces maldigo que tu madre no fume. Ahora entendía esas palabras al ver a Sandra sostener el cigarrillo entre los labios››. Sandra se sorprendió por recordar todos los momentos vividos con Néstor y a su vez se preguntaba si él los recordaba. Ya no le amaba, era un hecho. Pero sin darse cuenta revivía ese viejo temor que la perseguía, el ser hija, nieta y bisnieta de las virginianas. Nunca lo había hablado con Álvaro y eso también le hacía temblar. No quería que la leyenda de su familia fuera una traba para su relación.

El dolor de cabeza había remitido un poco y decidió salir del bar. Caminó por la misma calle en la que Néstor casi cae al suelo aquella noche por ir de espaldas. Ella acababa de tropezar con la misma baldosa con la que él tropezó. La había acompañado hasta su casa y Sandra lo invitó a pasar. Ahí él descubrió que era hija de la virginiana y ella se lo aclaró. Recordaba la conversación como si fuera hoy:

‹‹―Sí, soy pariente, hija, nieta y bisnieta de las virginianas. Los rumores son muchos en este pueblo, sin embargo sólo son eso, rumores. Mis hermanas nunca soportaron lo del mote y los gilipollas con que me relacioné antes no supieron diferenciar una leyenda de la realidad, así que mejor no hablar.

―Bueno mi padre siempre me contaba historias del pueblo y muchas veces nombraba a las virginianas. También decía que era una leyenda muy antigua que no hacía justicia con tu madre ni con tu familia.

―No, no hace justicia.

―¿Y cómo no nos conocemos? ―dijo Néstor sorprendido pero enseguida corrigió―. Bueno yo me fui con cinco años. Mis padres me mandaron a un internado a estudiar y volví hace unos días.

―Ahí tienes la respuesta. Es increíble como hemos conectado, ¿no? ―dijo Sandra para cambiar radicalmente de tema. Al entrar dejó el bolso en la mesita de la entrada y se miró en el espejo del recibidor. Corrigió un poco el rímel y a través del espejo descubrió la sonrisa sexy de Néstor ―. ¿Quieres beber algo?

―La verdad es que sí ―contestó Néstor que no aguantaba más las ganas de besarla. La tomó del brazo derecho y la atrajo para sí dándole la media vuelta―. Quiero besarte y de hecho lo voy a hacer ―Néstor se excusó en un permiso ridículo. El amanecer se filtró por la ventana tiñendo el cuerpo desnudo de Sandra con su luz. Néstor la observaba dormir y recorría con su mirada aquella perfección que lo cautivó en cuanto la vio››.


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